CARLOS DENEGRI
-El mejor y más vil de los reporteros
Tiempo de opinar
Por Raúl Hernández Moreno.
Carlos Denegri fue el mejor reportero en la época que va de la década de los cuarentas a sesentas del siglo 20. Fue el mejor, pero también el más vil, diría de él, el santón del periodismo mexicano, Julio Scherer.
Denegri fue el inventor de la columna política en México, pero también con él se acrecentó la fama del chayote. Su pluma se vendía al mejor postor y así como podía ser prodigo en elogios, también lo era con los denuestos. Sabía elogiar, pero también herir. Muchos le temían.
Denegri se hizo inmensamente rico, aprovechándose de la corrupción. Era un extorsionador y los políticos le temían.
El escritor, Manuel Ajenjo, relata que:“En 1963, trabajaba yo en Camacho y Orvañanos Publicidad, durante unos meses estuve en el área de trámites de pago. Manejábamos la cuenta de la Cervecería Modelo y mes a mes llegaba una factura de Publicidad Denegri por 3,000 pesos -150 salarios mínimos- y anexo a la misma, un recorte del periódico, subrayados con rojo los elogios que había hecho de don Juan Sánchez Navarro, importante directivo de la empresa cervecera. Hubo un mes en que llegó la factura de Publicidad Denegri por el doble de la cantidad acostumbrada y sin el anexo del texto periodístico. Al inquirir yo lo que consideraba una anomalía me dijo el jefe del área: “El señor Denegri cobra más por quedarse callado que por publicar”.
Fue tan influyente que cuando celebraba su cumpleaños, el gabinete presidencial en turno asistía a sus fiestas.
Fue pionero en la televisión mexicana y el primero en tener un noticiero en Telesistema Mexicano. Hubo un tiempo en que escribía tres columnas en Excélsior, desde donde entrevistó a todos los grandes de su tiempo, desde el Papa, a John F. Kennedy, a Nehru y cubrió las noticias que con el tiempo se convertirían en historia.
Era capaz de llenar varias páginas, con un estilo único. Cuando se arrojó la bomba atómica, su crónica inició así: “Hoy los Estados Unidos detonaron en Hiroshima y Nagasaki la primera bomba atómica en la historia de la humanidad. Padre nuestro que éstas en el cielo, santificado sea tu nombre…’ y reprodujo la oración completa.
El escritor Enrique Serna escribió en el 2019 la vida novelada de Carlos Denegri, “El vendedor del silencio”. Recurrió a la biografía novelada para cubrir los múltiples vacios ante la falta de documentos y testimonios. Aún vista como una obra ficción, no deja de ser un agasajo, al describir la forma altanera y grosera con que actuaba Denegri cuando se emborrachaba hasta perder la conciencia y actuar como un vulgar hampón. Un hampón que cuando se “arregló” con el gobernador de Puebla, Maximino Ávila Camacho, obtuvo un sobre retacado de dinero, suficiente para cubrir el enganche de un carro del año. O un hampón, que por macabro placer, quemó a la bailarina de un cabaret, sin que las autoridades lo citaran para tomarle declaración.
Pero sobrio, el poder se rendía a sus pies, como cuando se casó, en segundas nupcias y a su boda asistieron secretarios, gobernadores, senadores, empresarios. No fue el Presidente Adolfo Ruiz Cortines, pero envió a su esposa.
En las madrugadas, entre las dos y tres la mañana, llegaba a los talleres de Excélsior para darle una última revisada a sus columnas.
Dominaba el inglés, alemán, francés, polaco, ruso, portugués y, por supuesto, el español.
Julio Scherer en su libro “Estos años” cuenta una anécdota sobre Carlos Denegri en Excélsior:“Allí vi de cerca al mejor y al más vil de los reporteros, Carlos Denegri. Allí supe que a su esposa la despertaba en la madrugada y le gritaba: “¡Levántate, puta, que ya llegó la señora!”. Allí conocí las contradicciones del director Rodrigo de Llano, que admiraba a Denegri hasta poner el periódico a su servicio, a la vez que dictaba cátedra que yo escuchaba embelesado antes de cumplir la mayoría de edad: “La mejor noticia es la que se pierde, porque no se puede documentar ni probar por la lógica interna de los hechos. El reportero debe saberlo. Su honor está por encima de todo”.
Nacido en Texcoco, en 1910 –aunque hay quienes en su tiempo le atribuían ser argentino— murió violentamente, la madrugada del 1 de enero de 1970, de manos de su propia esposa, Linda, 20 años menor que él, que cansada de las vejaciones y los malos tratos que recibía de Denegri, tomó la pistola de su marido, quien estaba frente a una capilla cubierta de oro, que tenía en su residencia, y le dio un balazo en la nuca.
Linda siempre sostuvo su inocencia, argumentó que el disparo fue el producto de un accidente. Estuvo en la cárcel varios años, hasta que fue liberada. En su reclusión escribió el libro: “¿Maté yo a Carlos Denegri?, en el que plasmó sus vivencias al lado del periodista.
Antes de casarse con ella, Denegri la acosó, le regalaba cosas costosas y luego la maltrataba verbal y físicamente. Ella terminó por huir y esconderse en un rancho en Saltillo, y el hombre la ubicó y la obligó a regresar con él.
Ya casados la golpeaba con frecuencia y ninguna autoridad se atrevió a atender sus quejas, por temor a Denegri. Alguna vez, la persiguió a tiro, dentro de su casa, junto con su hijito, y ella tuvo que saltar la barda de la vivienda vecina, para ponerse a salvo.
Miguel Ángel Granados Chapa, quien era jefe de redacción nocturna de Excélsior, escribió que cuando se recibió la noticia de la muerte, fue a informar a Arturo Sánchez Ausenack, quien, conociendo quién era el fallecido, simplemente exclamó: ¿Ya? ¿Ya lo mataron?
En su despacho de Reforma 456, donde escribía y desde donde mandaba sus colaboraciones Denegri guardaba tres tarjeteros como fuente de sus columnas. En el primero anotaba a los políticos de los que siempre hablaba; en el segundo a quienes nunca se refería y en el tercero a los que eventualmente mencionaba. Un colaborador le sugirió colorear los nombres de cada tarjetero. “No” protestó: “porque los que están en una categoría puedo ponerlas luego en otra, según el pago que me suelten”.
Y en efecto, de Denegri se decía que solía escribir dos versiones de un mismo tema, según le retribuyeran los personajes a los que citaba en sus columnas.
Manuel Mejido, su discípulo y su gran amigo, escribe de él, en El Camino de un reportero: A su lado el más torpe aprendía. Era un libro abierto para que lo leyera quien tuviera interés en superarse dentro del periodismo. Como reportero descubría lo que los demás no veían aún teniéndolo ante sus ojos.
Mejido lo recuerda sencillo y algo muy similar contó de él Raúl Sánchez Carrillo, a propósito de las olimpiadas del 68: Sánchez Carrillo llegó a la sala de prensa asignada a Excélsior para enviar una nota a la redacción y a los pocos minutos llego Denegri, informando que tenía que transmitir la nota de la inauguración de los juegos. Sánchez Carrillo pidió instrucciones por teléfono, preguntando si pasaba su nota o la de Denegri. Denegri le palmeó la espalda, le recomendó leer mucho y vaticinó que llegaría muy lejos en el futuro. Por supuesto, del periódico le ordenaron pasar la nota de Denegri y cuando fue a la redacción, Scherer le puso una tremenda regañada, por no saber quién era Denegri.
En la Terca Memoria, Scherer escribe de Carlos Denegri: Era el espectáculo, hiciera lo que hiciera. Genial en la primera plana de Excélsior, toda para él, era cruel e insensible en su vida personal. A las señoras, las suyas, las trataba de putas y a algunas prostitutas llegaría a ofrecerles el lecho conyugal. No podía hablarse de la vida privada de Carlos Denegri cuando de beber se trataba y trabajador cuando de trabajar se trataba. Muchos querían ser como él, reportero sin paralelo, aún si fuera necesario soportar uno que otro de sus desmanes. Sin alcohol era muy simpático, todo él historia. Mirarlo con su sombrero de lado, solo eso, podía ser la noticia del día”.
Denegri fue un hombre amado y odiado, era excelso, corrupto, culto, un hombre de claro-oscuros.