LA POBREZA FRANCISCANA EN EL PAN
-Más que hablar, hay que argumentar
Tiempo de opinar
Raúl Hernández Moreno
No sabemos por qué, pero por alguna razón quiénes de pronto incursionan en la política, o estando dentro empiezan a escalar posiciones, les da por contratar los servicios de personal especializado que los ayude a hablar en público, a perder el miedo de hablar frente a un grupo. Piensan que con eso ya la hicieron, no importa que sus mensajes sean huecos, sin sustancia, guangos, sin argumentos.
No decimos que eso este mal. Si lo suyo es hablar, adelante. El problema es hablar con soltura, pero no conectar la lengua con el cerebro. Antes de hablar, primero hay que revisar lo que se va a decir, para decirlo bien. Uno poco de preparación del mensaje, no cae mal.
No podemos esperar que el que no es inteligente por naturaleza, de pronto lo sea; tampoco podemos esperar que quien no tiene cultura, la obtenga en dos meses. Eso es imposible. Cuando más aprende uno sobre un tema, más se entera de lo poco que sabe.
Pero el que alguien no sea culto, no significa que no pueda desarrollar un tema con congruencia, con orden, con datos duros que le den credibilidad.
Estaría bien que además de tomar cursos de expresión oral y de cómo hablar en público, los políticos también se capaciten, para no decir sandeces. Es por su propio bien.
Mejor que poder hablar en público, es tener capacidad de hablar con argumentos, con datos duros, que se vea la preparación y el trabajo que previamente se realizó para desarrollar el tema del que se va a hablar. Cuando el que habla, no es un orador, pero habla con la verdad y con argumentos, nadie se fija en qué no sabe habar bieb.
En política, todo es aprendizaje.
Cuando Horacio Garza Garza se lanzó la primera vez como candidato a diputado federal, en 1991, tartamudeaba al hablar y con el tiempo se convirtió en un buen orador.
Cuando Ramón Garza Barrios debutó como Delegado de Tránsito, era frió en su trato con la gente. Saludaba de lejos. Luego se convirtió en el mejor de los publirrelacionistas. Hoy deja encantado, al que saluda, con el trato afectuoso que les prodiga.
Daniel Peña era cortante con la gente, seco, frío y con el tiempo se convirtió en un hombre atento, amable.
En otro tema, muy distantes están los tiempos en que el PAN era gobierno y en campaña surgían gente de Morena, del PRI y de otros partidos anunciando que se sumaban a Acción Nacional porque era la gran maravilla.
Obviamente se incorporaban a las filas del PAN por un interés económico. Un operador con 100 gentes, recibía entre 200 y 300 mil pesos.
Los militantes opositores, recibían entre 50 a 100 mil pesos por declararse orgullosamente panistas.
Había otros más cotizados, como los líderes sindicales que recibían hasta dos millones de pesos a cambio de promover el voto para los azules.
Había dinero y no había problema en derrocharlo. Todo era válido, para retener el poder.
Hoy en cambio, prevalece la pobreza franciscana y en el PAN están mortificados porque no saben de dónde van a sacar el dinero para pagarles entre 1500 a 2000 pesos por cada uno de los 542 representantes de casilla, más otros 4 o 5 mil pesos para los 55 representantes generales.
Tampoco habrá dinero para ofrecer entre 500 a 1000 pesos por la compra de votos el día de la elección.
Hay panistas viejos que vivieron los tiempos en que el PAN no tenía dinero y no les sorprende la actual pobreza francisana. El problema es entre los neopanistas que se acostumbraron a operar con dinero y no entienden que este se acabo y los que se hicieron millonarios al amparo del PAN, no lo van a sacar. No le van a meter dinero bueno al malo.